Búsquedas en Caminos Abiertos

1 de octubre de 2010

A palos y piedras: Una breve reflexión sobre el desarrollo de la ciencia

Laura Andrea Martínez Hinojosa*

¿Cómo determinar dónde se originó la ciencia, ese conjunto de métodos y conocimientos, que le han proporcionado al hombre tanta satisfacción y destrucción a la vez?

Seguramente Aristóteles jamás imaginó que su pensamiento constituiría la base de aquella corriente filosófica cuyos principios serían la base de lo que hoy en día conocemos como ciencia. Y sin embargo así fue:

Hace 1500 años, cuando surgió la corriente materialista, se hablaba de los sentidos como medio para adquirir conocimiento; y en la edad media, Santo Tomás, interpreta a Aristóteles basado en el cristianismo, exponiendo el cuerpo humano como el artefacto o medio para conocer y experimentar, y el alma como medio para comprender aquello experimentado.

Fue hasta el Renacimiento, cuándo René Descartes sustituye la importancia del alma, por la de la razón, sin la cual no podemos llamarnos seres existentes.

Ya dejamos en claro, que en el materialismo prevalece la razón sobre los sentidos, para experimentar y adquirir conocimiento. Fue entonces que surgió el empirismo: todo conocimiento parte de la experiencia; y de acuerdo con este simple enunciado, la intuición no tiene lugar en el mundo real.

El empirista John Locke creó un diagrama que explicaba de manera racional el proceso de aprendizaje humano, abarcando desde la impresión del mundo, singular y único en cada persona, hasta la generación de juicios, que a manera de conclusión trataban de explicar o complacer una duda en la mente.

Más tarde, Francis Bacon, implementó el concepto “hipótesis”, y sin saberlo, crea lo que conocemos ahora como “método científico”.

Pero nada de esto se puede hacer llamar ciencia. Nada de esto constituye todavía el principio fundamental de este concepto; ¿por qué? Porque, incluso cuándo estos susodichos filósofos lograron crear el esqueleto y estipularon la esencia misma de la palabra… jamás la nombraron. Sin embargo, no tardaría en surgir aquél listo, a quién debemos no solo el resumen de todos los pensamientos anteriormente mencionados, bautizados como “ciencia”, sino la enseñanza de la misma, y éste fue Augusto Comte.

A partir de la etapa del positivismo, marcada por Comte, la ciencia tomó un rumbo, y éste tenía un fin: el de satisfacer las necesidades del hombre, facilitar su vida, explicar sus dudas, y por supuesto y sobre todo, garantizar la búsqueda de la verdad y razón de ser de todas las cosas que existen, incluso de él mismo.

Pero la ciencia, ha llegado demasiado lejos…

A mis 18 años, tiempo corto en comparación con los siglos que tardaron en descifrar la ciencia, he presenciado una revolución tecnológica que ya no busca la satisfacción de las necesidades humanas, sino el generar intereses a partir de las mismas; y he presenciado la intervención de la ciencia en la naturaleza, que ahora constituye un temor social por el uso que ésta puede tener.

El hombre no ha comprendido que la ciencia tiene límites, y que de ser cruzados, entrara en crisis, pues no es capaz de abarcar la complejidad y dimensión del universo, y tampoco del comportamiento humano. En pocas palabras, hay cuestiones que la ciencia jamás podrá resolver, y al querer intervenir cada vez más en éstas, se plantearán nuevos dilemas éticos y morales que podrían resultar en un conflicto mundial violento.

Muchas obras literarias, y obras maestras cinematográficas nos han tratado de advertir lo que le espera a la Tierra, y esto no es tan grave como lo que le espera a la humanidad: la deshumanización.

En 1982, Ridley Scott planteó un posible escenario futuro, en su película Blade Runner, la cual habla acerca de la intervención de la ciencia en la genética, a tal grado, que la humanidad logra fabricar seres inteligentes, cuyo fin es el de abarcar la mano obrera en las comunidades. Aquí vemos la primera limitante: las emociones. La situación se sale de control, cuándo estos “seres” comienzan a generar emociones, y a actuar guiados por las mismas, comienzan a pensar, y por ende, se cuestionan su forma de vida, su existencia, y la forma en que el mundo funciona, en ese caso particular, la de su gobierno. Entonces, se convierten en un peligro.

En 1997, Edward Niccol aborda el mismo tema, pero con un contexto completamente distinto en Gattaca. Un futuro, en el que la modificación genética ha logrado no solo perfeccionar al ser humano en cuestiones médicas, sino que también lo ha perfeccionado físicamente haciéndolo más apto para el “nuevo mundo”. Siguiente limitante: desigualdad social. Un mundo en el que no quepa el ser humano como tal, porque existen científicamente seres mucho más perfectos, es un mundo con discriminación, y por lo tanto deshumanizado.

Y para abarcar la tercera limitante, que considero es la más importante y la que determina siempre la historia del mundo: la naturaleza.

El escritor de ciencia ficción Greg Bear publicó en el 2003 una extensa novela titulada Los Niños de Darwin, la cual habla acerca de la historia natural del hombre: la evolución. Sin lugar a dudas, la supervivencia del más fuerte se convertirá en un problema social, y la ciencia no podrá frenar ni intervenir en el proceso de selección.

La ciencia es un proceso en extinción, que junto con la naturaleza, y acelerando el proceso de la misma, llevará a la humanidad en el tiempo, hasta repetir una etapa prehistórica y obligándolo a subsistir nuevamente de forma primitiva.

Como alguna vez dijo Albert Einstein, la ciencia y la tecnología nos llevarán a pelear por nuestro derecho a existir… pero a palos y piedras.

*Estudiante de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Anáhuac

No hay comentarios: